PRINCESS

7 de mayo de 2013

Kit de 5 herrramientas

El bebé llega al mundo con un kit de cinco herramientas que le ayudarán a sobrevivir en el extraño mundo en el que se adentra. Son cinco capacidades comunicativas, lo que los especialistas han denominado "competencias zócalo". Se acabó la concepción del bebé pasivo (y sin recursos) del que tenemos que adivinar las necesidades y con el que establecemos una relación unidireccional.
Ahora sabemos que, desde que llega al mundo, el recién nacido busca el diálogo con nosotros; nos quiere, nos necesita para construirse a sí mismo, nos busca y se expresa a su manera. Despliega sus competencias zócalo como base de un sutil diálogo en el que nos vamos enamorando hasta aceptar con gusto ser su otra mitad.

¿En qué consisten esas cinco herramientas que consiguen cambios tan drásticos en nosotros y en nuestro ambiente?

1. Nos mira...

Desde que nace, es capaz de dirigir, sostener y captar la atención con su mirada. Si nos acercamos a su carita, nos mira y sostiene la mirada. Los especialistas lo llaman capacidad de atención visual sostenida. ¿Qué tiene eso de especial?, podemos preguntarnos, ¿qué puede conseguir con ello? Muchas cosas, entre ellas... que le hablemos.
 Su mirada inteligente, tan pequeño, despierta nuestro saber inconsciente de hablarle. Porque su mirada es de todo menos neutra, y no podemos quedarnos callados ante ella; nos engancha y consigue que le hablemos, algo importantísimo para su desarrollo. ¿Por qué, si no entiende?. Porque sí entiende. En un primer momento, entiende el tono. Y mientras descifra tonos y se interna en el mundo de los sentimientos, nuestras palabras estimulan el área del lenguaje en su cerebro, y le ayudamos a desarrollar la capacidad de hablar. Por otra parte, y poco a poco, nuestras palabras le ayudan a comprender el mundo que le rodea y a sí mismo.

2. Nos elige...

Se denomina capacidad innata de comportamientos afiliativos. El bebé no se dirige al perro cuando necesita algo. Se dirige a sus padres. Con nosotros establece su vínculo y nos trata de forma preferente y diferente que a los demás. Nos sorprende, nos emociona ser los elegidos, y esto hace que nos sintamos unidos a él. Además, nos demuestra que comparte nuestros sentimientos y descubrimos que podemos percibir los suyos; el niño no reacciona como un animalillo salvaje, actúa exactamente igual que los adultos: le vemos triste cuando enferma o cuando nosotros estamos tristes, alegre cuando jugamos con él, con miedo ante ruidos extraños...
 Y busca soluciones a sus estados de ánimo: para mitigar su tristeza busca el contacto físico con mamá o papá, si tiene miedo grita y llora para que acudamos en su ayuda, si está contento despliega alegría por los cuatro costados hasta contagiarnos con sus gorgoritos y sonrisas. El bebé nos entiende y percibe, y nosotros podemos entenderlo a él: basta con escuchar lo que ocurre en nuestro propio cuerpo.

3. Nos necesita...

Todo lo que hace se dirige a nosotros. Esta competencia se llama capacidad e impulso a la interacción y viene profundamente impresa en los genes. Se manifiesta antes incluso de nacer: cuando damos golpecitos en la barriga de la embarazada, el bebé responde. La emoción de los padres es justo lo que él necesita para seguir esforzándose y crecer.
El bebé necesita que su movimiento tenga una dirección, un sentido, y ese sentido lo da la madre. Para aprender a hablar, necesita que alguien se emocione con sus balbuceos; para aprender a andar, necesita que también haya alguien hacia quien dirigir sus pasos. Suele ser la madre, el padre o su persona de referencia.
 El pequeño es interactivo por naturaleza, pero necesita un interlocutor. Madre e hijo se construyen mutuamente en función del otro. Su capacidad innata de interacción con el medio tiene sus limitaciones: no cuenta con la palabra, ni puede dirigir sus movimientos de forma controlada. Para paliar esto, cuenta con otra competencia.

4. Nos imita...

Esta competencia zócalo se denomina así: capacidad de imitación. El niño saca la lengua, frunce el ceño, a partir del segundo mes ya sonríe ante nuestra sonrisa... ¿Qué pretende? O, mejor aún: ¿Qué consigue? Consigue que, alentados por su atención, sorprendidos, continuemos sacándole la lengua, levantando las cejas, sonriéndole...
 En definitiva, que sigamos enseñándole. Y consigue, sobre todo, aprender poco a poco a controlar su lengua, sus cejas, sus manos, sus deditos... Para más tarde aprender acciones más complejas. Es una cuestión práctica. Todo lo aprendemos imitando.
Y hay que empezar por lo más sencillo: sacar la lengua. Todas esas cosas que hacemos con facilidad, como vestirnos, son en realidad una concatenación de acciones complejísimas que aprendemos a base de imitar y repetir. Y ellos no quieren quedarse atrás: por eso empiezan tan pronto.

5. Se expresa...

Todo lo que hace con su cuerpo tiene un porqué y un para qué. Los especialistas lo llaman competencia del gesto y la postura. Todo su cuerpo habla por él: se arquea cuando está a disgusto o le duele algo, se relaja cuando se siente bien. Busca el contacto siempre que puede, solo hay que observar sus posturas.
Sus acciones, además, están guiadas por su inteligencia corporal. La forma de poner la mano sobre el pecho de la madre, por ejemplo, favorece la liberación de oxitocina («la hormona del amor»), una hormona que relaja a la madre y actúa a medio plazo en su humor y en el vínculo que establece con su hijo. El bebé estimula el pecho con una precisión de relojero suizo... "El doctor bebé" Así llamaron un grupo de científicos al recién nacido cuando se descubrieron todas sus capacidades comunicativas. Ahora sabemos que el bebé sabe lo que necesita y pone todos los medios a su alcance para conseguirlo.
 "Él nos enseña el camino", afirma el psicomotricista Luis Pérez Rivas. ¿Cómo, si aún no tiene palabras, si no piensa? Las últimas investigaciones dicen que sí, que sí piensa, solo que no piensa con palabras, claro. Utiliza las emociones como forma de pensamiento. "Lo que él no puede pensar con palabras hace que el adulto lo sienta, lo piense y lo exprese por él", afirma Pérez Rivas.
 En contacto con su cuerpo, podemos sentir y saber muchas más cosas de las que podemos explicar con la lógica. Nosotros somos imprescindibles. Por una parte, ponemos nuestras manos a su disposición mientras él no puede hacer uso de las suyas. Por otra parte, le escuchamos: "¡Me ha sonreído!", "¡Ha dicho papá!". Todos aprendemos más rápido y mejor si alguien nos motiva, se alegra y nos elogia. Los padres queremos que nuestro hijo aprenda, nuestra emoción ante sus logros le da alas y le ayuda a caminar más deprisa.

Autora: Eva Hernández. Asesor: Luis Pérez Rivas, psicomotricista y profesor especialista

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